He caído en el silencio más de un millar de veces. He caído de pie y he vuelto a caer más allá de lo vacío. De antaño el abrevadero de la muerte nos llenó de sed, nos cobijó con el manto del desprecio bajo las heladas estrellas de la alondra mientras la luna hacía una mueca en lo alto. He escapado de un recuerdo muerto de presentes. Fui la razón y fui el viento, pero el hierro fundió con ira cada esperanza ahogada al límite de un destierro.
Mi mente torturada por un dolor acíbar que pernoctaba cada sueño destejido de remembranzas, hiladas en las membranas del olvido. Te fuiste a tientas en la noche persiguiendo un arcoiris negro de fulgores desteñido e insípido. Languidecido. Dejaste detrás el alba hueca de tu sombra, solo se quedó la conjetura de un futuro abortado de deseos y de mañanas. Me dejaste tendida en el limbo sin tu cuerpo, sin tu voz, sin tus silencios con un alma nueva acabada de nacer en el día eterno.
Dos décadas más tarde el delirio corrompió mis entrañas, le extendí la mano al averno en incandescentes furias cabalgadas. Tristán era tu nombre y en la vida caminabas cándido pintado flores de colores. La noche se apago con tus latidos, te fuiste en un suspiro mientras la vida a mí me jugaba una buena broma.
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